Reflexión de Fin de Año.

Santos, Ahora Mismo.

Lo que hace falta hoy, son santos. Tal es una convicción actual de gran eficacia, repitiendo palabras frecuentes del “dulce Cristo en la tierra”.

Una silueta moderna del santo actual, fue configurada por el gran teólogo H. de Lubac, a raíz del Concilio Vaticano II. La tituló “Los Santos de mañana”. Este mañana es ya hoy. Decían así aquellas humildes sugerencias:

Los santos de mañana escapan a toda previsión y a toda mirada profética.

No es difícil, sin embargo, aventurar cierto número de rasgos que los caracterizarán: No serán ideólogos. No buscarán definir en sí mismos un nuevo tipo de santo, de sacerdote, de laico.

Si realizan grandes hazañas, no lo harán disertando sobre el valor de atreverse. Si aportan algo nuevo, si abren perspectivas inéditas, no las abrirán con generalidades verbales sobre la necesidad de crearlas e inventarlas.

No imaginarán que ceden una necesidad infantil de seguridad al unirse a la tradición de la Iglesia; esa tradición no será para ellos un peso sino una fuerza.

Quizá algunos de ellos serán reformadores. Quizá tendrán que mostrarse severos; pero no serán reformistas. Sus severidades no serán negativas, y su obre de reforma no será a base de resentimiento.

No cederán a la facilidad engañosa y esterilizante de las oposiciones puestas por hombres sin experiencia y sin conocimiento de la historia, entre el amor de Dios y el del prójimo, entre la oración y la acción, entre la vida interior y la presencia en el mundo.

No confundirán la apertura a la vida con la disolución del pecado, ni la idolatría del hombre con la caridad fraterna: no pretenderán superar el Evangelio.

Estos santos del mañana sabrán que pensar, si llegan a ocuparse de las fraseologías que nuestra época, como las demás, echa infatigablemente al mundo; y cuyo fruto más claro es arrancarnos la divina sencillez de la fe y de la vida cristiana.

Habrá sin duda entre estos santos algunos sabios y otros que no lo sean. Pero aún los más sabios, y los más espontáneamente a tono con todos los progresos humanos de su tiempo, no abrigarán sentimiento alguno de superioridad en su fe, sobre los creyentes que le hayan precedido. Y en cuanto a los menos sabios, podrán decir a cuantos quieran oirles, sin sufrir ante ellos ningún complejo de inferioridad, lo de aquel cristiano de los primeros siglos : ”Nosotros discurseamos poco, pero vivimos”.

Este boceto negativo inicial no pretende ser un retrato. No es más que la ausencia de algunos rasgos negativos que hay que eliminar desde el principio para evitar errores demasiados crasos.

¿Cómo será, pues, ese santo? Este hombre nuevo, este santo, por diferente que sea de sus antecesores, reproducirá sus rasgos esenciales; será pobre, humilde desposeído. Tendré el espíritu de de la bienaventuranzas. No maldecirá ni adulará. Amará.

Tomará el Evangelio a la letra, es decir, en su rigor. Una dura ascesis le habrá liberado de sí. Habrá heredado toda la fe de Israel, pero acordándose de que ha pasado por Jesús. Tomará sobre sí la cruz del Salvador y se esforzará por seguirle.

A su manera, imprevisible, nos dirá como Clemente de Alejandría: “Una luz ha brillado en nuestro cielo, más pura que la luz del sol, y más dulce que la vida de aquí abajo” . Y ese santo de mañana hará penetrar en nuestra noche un rayo de luz.

Intelectual o de poca cultura, será siempre ejemplo y estímulo. Dócil al Espíritu, no se dejará seducir ni sorprender por novedades, ni tampoco asustar por renovaciones audaces.

Quizá padezca sufrimiento, abandono, soledad.

Será otro Cristo. A través de él veremos el rostro de Dios.

Colofón del libro “LOS SANTOS” Noticia diaria de Valeriano Ordoñez, s.j. pp.448
1980 Editorial Herder S.A. Barcelona.