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La verdad frente al poder

La verdad frente al poder

Luis Ugalde
30 de mayo 2013 – 00:01

El evangelio de Juan está lleno de simbolismos que, trascendiendo los hechos narrados, revelan la condición humana y el misterio de la vida. Vemos a Pilatos y a Jesús frente a frente personificando el poder y la verdad (Juan 18 y 19). El poder se reconoce mandando, decidiendo e imponiendo; puede decretar que el día es noche y lo negro blanco; él es la última y suprema palabra sobre la vida y la muerte. La humanidad ha avanzado de modo increíble, pero la pretensión absoluta del poder la vivimos hoy en Venezuela como en las satrapías antiguas.

Pilatos sabe que Jesús es inocente. Jesús atado, azotado y despojado es un pobre hombre, como todos los millones de pobres hombres sobre la tierra, cuya vida y dignidad no merecen una consideración por parte del poder. Pilatos le pregunta si él es rey de los judíos y escucha con asombro la respuesta de Jesús: “Tú lo dices, yo soy rey”, pero mi reino no es como los poderes de este mundo, sino el reino de la verdad; “para esto he nacido, para eso he venido al mundo, para dar testimonio de la verdad”. Para el poder no hay más verdad que él mismo y Pilatos con escéptico desdén responde: “¿Qué es la verdad?”. Frente al poder la verdad no es nada, nada se sostiene frente a él, pues las cosas son lo que su voluntad impone. El poder político supremo tiene una compulsión interna a convertirse en señor de vida o muerte, de la verdad y de la mentira, de la libertad y de la esclavitud. Si invoca a algún dios no es para adorarlo, sino para que lo consagre, bendiga y ratifique ante los demás como dueño absoluto de este mundo, donde ley, constitución y Dios están subordinados a “yo, el Supremo”.

Ese Jesús débil, humillado, torturado y crucificado es testigo de la verdad. ¿Qué es la verdad? La verdad es el amor, por encima de todo poder; el amor es la última palabra, la palabra de vida, la que defiende a los pobres, excluidos y dominados de la tierra y Dios es amor. El poder tortura y mata a Jesús, pero no puede hacer que él (ni la humanidad en su aspiración) renuncie a la verdad de la vida, al amor que afirma la dignidad de todo ser humano, aunque su rostro esté desfigurado y sin aparente atractivo.

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