Mes: abril 2022

Comentario Bíblico. Evangelio: Juan (21,1-19): La Resurrección, experiencia de amor

III.1. El evangelio de este domingo, como todo Jn 21, es muy probablemente un añadido a la obra cuando ya estaba terminada. Pero procede de la misma comunidad joánica, pues contiene su mismo estilo, lenguaje y las mismas claves teológicas. El desplazamiento de Jerusalén al mar de Tiberíades nos sitúa en un clima anterior al que les obligó a volver a Jerusalén después de los acontecimientos de la resurrección. Quiere ser una forma de resarcir a Pedro, el primero de los apóstoles, de sus negaciones en el momento de la Pasión. Es muy importante que el “discípulo amado”, prototipo del seguidor de Jesús hasta el final en este evangelio, detecte la presencia de Jesús el Señor y se lo indique así a los demás. Es un detalle que no se debe escapar, porque como muchos especialistas leen e interpretan, no se trata de una figura histórica, ni del autor del evangelio, sino de esa figura prototipo de fe y confianza para aceptar todo lo que el Jesús de San Juan dice en este escrito maravilloso.

III.2. Pedro, al contrario que en la Pasión, se tira al agua, “a su encuentro”, para arrepentirse por lo que había oscurecido con sus negaciones. Parece como si todo Jn 21 hubiera sido escrito para reivindicar a Pedro; es el gran protagonista, hasta el punto de que él sólo tira de la red llena de lo que habían pescado para dar a entender cómo está dispuesto ahora a seguir hasta el final al Señor. Pero no debemos olvidar que es el “discípulo amado” (v. 7) el que delata o revela situación. Si antes se ha hablado de los Zebedeos, no quiere decir que en el texto “el discípulo amado” sea uno de ellos. Es el discípulo que casi siempre acierta con una palabra de fe y de confianza. Es el que señala el camino, el que descubre que “es el Señor”. Y entonces Pedro… se arroja.

III.3. El relato nos muestra un cierto itinerario de la resurrección, como Lucas 24,13-35 con los discípulos de Emaús. Ahora las experiencias de la resurrección van calando poco a poco en ellos; por eso no se les ocurrió preguntar quién era Jesús: reconocieron enseguida que era el Señor que quería reconducir sus vidas. De nuevo tendrían que abandonar, como al principio, las redes y las barcas, para anunciar a este Señor a todos los hombres. También hay una “comida”, como en el caso de Lc 24,13ss, que tiene una simbología muy determinada: la cena, la eucaristía, aunque aquí parezca que es una comida de “verificación” de que verdaderamente era el Señor resucitado. Probablemente el relato de Lc 24 es más conseguido a nivel literario y teológico. En todo caso los discípulos descubrieron al Señor como el resucitado por ciertos signos que habían compartido con El.

III.4. Todo lo anterior, pues, prepara el momento en que el Señor le pide a Pedro el testimonio de su amor y su fidelidad, porque a él le debe encomendar la responsabilidad de la primera comunidad de discípulos. Pedro, pues, se nos presenta como el primero, pero entendido su “primado” desde la experiencia del amor, que es la experiencia base de la teología del evangelio de Juan. Las preguntas sobre el amor, con el juego encadenado entre los verbos griegos fileô y agapaô (amar, en ambos casos) han dado mucho que hablar. Pero por encima de todo, estas tres interpelaciones a Pedro sobre su amor recuerdan necesariamente las tres negaciones de la Pasión (Jn 18,17ss). Con esto reivindica la tradición joánica al pescador de Galilea. Sus negaciones, sus miserias, su debilidad, no impiden que pueda ser el guía de la comunidad de los discípulos. No es el discípulo perfecto (eso para el evangelio joánico es el “discípulos amado”), pero su amor al Señor ha curado su pasado, sus negaciones. En realidad, en el evangelio de Juan todo se cura con el amor. Y esta, pues, es una experiencia fundamental de la resurrección, porque en Tiberíades, quien se hacen presente con sus signos y pidiendo amor y dando amor, es el Señor resucitado.

Fray Miguel de Burgos Núñez (1944-2019)

1 de Mayo. III Domingo de Pascua.

Evangelio según san Juan (Jn 21, 1-14)

En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera:

Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.

Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.

24 Abril. II Domingo de Pascua.

Evangelio según san Juan (Jn 20, 19-31 )

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Otras muchas señales hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.

23 de Abril. Sábado de la octava de Pascua.

Evangelio según san Marcos (Mc 16, 9-15 )

Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, Jesús se apareció primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete demonios. Ella fue a llevar la noticia a los discípulos, los cuales estaban llorando, agobiados por la tristeza; pero cuando la oyeron decir que estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.

Después de esto, se apareció en otra forma a dos discípulos, que iban de camino hacia una aldea. También ellos fueron a anunciarlo a los demás; pero tampoco a ellos les creyeron.

Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo habían visto resucitado. Jesús les dijo entonces: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura”.

22 de Abril. Viernes de la Octava de Pascua.

Evangelio según san Juan (Jn 21, 1-14 )

En aquel tiempo, Jesús se les apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Se les apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás (llamado el Gemelo), Natanael (el de Caná de Galilea), los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar”. Ellos le respondieron: “También nosotros vamos contigo”. Salieron y se embarcaron, pero aquella noche no pescaron nada.

Estaba amaneciendo, cuando Jesús se apareció en la orilla, pero los discípulos no lo reconocieron. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿han pescado algo?” Ellos contestaron: “No”. Entonces él les dijo: “Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán peces”. Así lo hicieron, y luego ya no podían jalar la red por tantos pescados.

Entonces el discípulo a quien amaba Jesús le dijo a Pedro: “Es el Señor”. Tan pronto como Simón Pedro oyó decir que era el Señor, se anudó a la cintura la túnica, pues se la había quitado, y se tiró al agua. Los otros discípulos llegaron en la barca, arrastrando la red con los pescados, pues no distaban de tierra más de cien metros.

Tan pronto como saltaron a tierra, vieron unas brasas y sobre ellas un pescado y pan. Jesús les dijo: “Traigan algunos pescados de los que acaban de pescar”. Entonces Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red, repleta de pescados grandes. Eran ciento cincuenta y tres, y a pesar de que eran tantos, no se rompió la red. Luego les dijo Jesús: “Vengan a almorzar”. Y ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ‘¿Quién eres?’, porque ya sabían que era el Señor. Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio y también el pescado.

Ésta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos.

Carta abierta de un párroco cubano a Vladimir Putin.

El presidente ruso, Vladimir Putin, en la Iglesia del Salvador, en Novo-Ogaryovo, a las afueras de Moscú. (EFE/EPA/ALEXEI NIKOLSKY / SPUTNIK / KREMLIN POOL)

Quien le escribe es un sacerdote católico cubano, párroco de la parroquia de Paula, en la ciudad de Trinidad. Desde el 24 de febrero vivo pendiente de las noticias que llegan desde Ucrania y no paro de rezar por ese sufrido pueblo, y por su propio país, por Rusia, y por los presidentes de ambos países y sus gobiernos. Pido continuamente por el cese de las hostilidades, por el regreso de la paz a esa región y al mundo. Siento mi corazón oprimido por las escenas de destrucción que veo (por internet, pues la prensa de mi país apenas refleja lo que está pasando en Ucrania) y por los relatos de las víctimas inocentes de esta guerra genocida e injusta que usted ha iniciado de manera unilateral.

Desde que se inició la contienda, me viene a la mente una fábula de Esopo que aprendí en latín cuando era un niño. Ustedes los rusos y nosotros los cubanos compartimos una herencia común que hunde sus raíces en la fe cristiana y en la cultura helenístico-romana, que dieron origen a la civilización cristiana occidental y la civilización cristiana oriental, de la que Rusia forma parte, al igual que otros pueblos eslavos. Hay un sustrato común que nos alimenta espiritualmente. La fábula de Esopo hablaba de un lobo que tomaba agua a la orilla del río, cerca de una oveja. El lobo empezó a acusar a la oveja porque le ensuciaba el agua que estaba tomando. La oveja le respondió respetuosamente: “Señor lobo yo estoy corriente abajo, y usted está arriba. Yo no le puedo ensuciar su agua”. Pero el lobo comenzó a insultar a la oveja, que se atrevió a contestarle: “Oveja me has desafiado y eso no te lo puedo perdonar”. La oveja trató de explicar que no quería ofender al lobo. De nada sirvió. El final de la historia es que el lobo se comió a la oveja.

Ustedes los rusos y nosotros los cubanos compartimos una herencia común que hunde sus raíces en la fe cristiana y en la cultura helenístico-romana

Cuando escucho sus discursos y veo los acontecimientos de las últimas semanas viene a mi memoria la fábula de Esopo. Y usted, señor presidente, es para mí el lobo que ha provocado todo esto para comerse a la oveja. El libreto estaba escrito de antemano.

Usted justificó su ataque a Ucrania basado en la idea de una futura intervención armada que se estaba fraguando en Ucrania con apoyo de la OTAN. Pero el único que estaba preparado para la guerra, con ejércitos y armamentos ampliamente superiores, era usted. Y el que en repetidas ocasiones intervino en la política interna de Ucrania fue usted. En verdad no se me oculta que la Unión Europea o más bien las Naciones Unidas cometieron un fallo fatal, y fue permitir que en 2014, contra todo derecho y sin motivo, Rusia, manu militari, se anexara Crimea y que, por los manejos de una política desleal y rapaz, usted interviniera en los asuntos internos de Ucrania, alentando el separatismo en las provincias de Donetsk y Luhansk, un plan alevosamente urdido por usted, al costo de la justicia internacional y de la paz de una nación, además de la muerte, en los últimos ocho años, de 14.000 seres humanos.

Señor presidente, cuando trato de analizar sus declaraciones y las comparo con su comportamiento no veo más que incoherencia, doblez y mala voluntad. Un viejo refrán castellano dice “que la mentira tiene las patas cortas”. Una y otra vez ha acabado haciendo lo que antes dijo que no iba a hacer. Ha mentido sin rubor, acusando a los demás de los crímenes que usted estaba planeando cometer. Usted acusó a Ucrania de armarse para la guerra pero era usted el que puso en pie y armó un ejército y lo lanzó contra un país mucho más pequeño y pobre que Rusia. Usted acusó a la Otan y a Europa de amenazar a Rusia y de tener malas intenciones contra su país, y estos no han podido manifestar más aguante y contención frente a su invasión y su guerra contra Ucrania. Fue usted, más recientemente, el que mandó poner en alerta las unidades de armas nucleares de Rusia. Los demás países han mostrado mucha mayor voluntad de paz y ningún deseo de comenzar el tortuoso e imprevisible camino de la guerra.

Señor presidente, cuando trato de analizar sus declaraciones y las comparo con su comportamiento no veo más que incoherencia, doblez y mala voluntad

En el siglo XX la humanidad se enfrentó a una situación similar a la actual: cuando un señor llamado Adolfo Hitler, investido de una conciencia de superioridad mesiánica, lanzó a su patria y a su pueblo a una guerra terrible y desastrosa. Hitler acusó a todo el mundo de querer dañar a su país y comenzó a reclamar como propios los territorios de otras naciones: así se anexó Austria (el Anschluss, en marzo de 1938) y los Sudetes (en septiembre del 38). Posteriormente, ocupó el resto de Checoslovaquia (en marzo del 39). El 1 de septiembre de 1939, la invasión de Polonia marcó el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

En usted, como en Hitler, encuentro un similar menosprecio por el derecho internacional, el mismo desprecio por la vida humana, la utilización de la mentira como arma arrojadiza contra el contrincante. Pero además, el recurso del ataque brutal e injusto para defender la pretendida seguridad amenazada de su país. Pero lo mismo que otrora en Alemania, ésta ha sido la mejor manera de sumir a su país en el caos y en el rechazo universal, y es usted el responsable de esta espiral del sinsentido que arrastrará a Rusia al abismo. Chechenia (1999), Georgia (2008), Crimea y Donbás (2014) son las distintas estaciones de un viacrucis diabólico. Pero no olvide, presidente, que la hibris (arrogancia desmedida) del poder ciega y la soberbia siembra la destrucción y la muerte. Nunca olvide que Dios confunde a los soberbios, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” como dijo la Santísima Virgen María en el Magnificat. Leer más

Ucrania. “Shevchuk: La vida de una persona no tiene valor a los ojos del ocupante”

El Primado de la Iglesia Greco-Católica Ucraniana, dedica su videomensaje, a 50 días del comienzo de la guerra, a los saqueos, al robo de cosas y de vidas que la fuerza invasora rusa sigue cometiendo en Ucrania

“La cosa robada se convierte en una brasa en las manos de aquel que la tiene en sus manos y quema esas manos”. Estas las palabras del Primado de la Iglesia Greco-Católica Ucraniana, Monseñor Sviatoslav Shevchuk, en su video mensaje del 14 de abril, a 50 días del comienzo de la invasión rusa a Ucrania, se refieren a la reflexión que sigue proponiendo a través de los mandamientos de Dios, esta vez: “No robarás”. Saqueos, robos de cosas y de vidas que continúan haciendo las fuerzas de ocupación rusa contra Ucrania.

“Esos ladrones…”

Para el prelado ucraniano, con este mandamiento, una ley divina, el Señor Dios protege la dignidad del hombre como co-creador con Dios, como aquel a quien Dios confió su creación: “Dios protege y muestra la dignidad y el valor del trabajo humano”, del agricultor, del hacendado, del trabajador, que dispone del trabajo bendecido por Dios y del fruto de sus manos.

“Quien no honra el trabajo de su prójimo, quien no honra sus frutos, quien no honra la propiedad privada del hombre, ese nunca tendrá bienestar propio. Nunca habrá prosperidad y bienestar en un país que desprecia el bien de otra persona”, sentencia monseñor Shevchuk. Y en este contexto, testimonia como los ucranianos, entre otros crímenes, ven pisoteada la dignidad de las personas que saben obtener frutos a través de su trabajo.

“Vimos cómo los ocupantes en los alrededores de Kiev, en la región de Chernihiv, preparaban a la gente para que se muriera de hambre, les prohibían ir a los sembrados, minaban los campos y mataban cínicamente al ganado. No les permitían trabajar. Por otra parte, vimos crímenes de saqueo de guerra. Vimos cuando a los muertos, a los heridos, se les robaba todo lo que tenían. Vimos cuando la vida de una persona tenía menos valor a los ojos del ocupante, que aquello que podía robarle”, denuncia el primado de Ucrania.

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