De dos en dos
El Evangelio de Lucas dice que Jesús designó a setenta y dos “y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él”. Podemos imaginar con qué ojos se mirarían todos aquellos que habían sido emparejados por el rabino: algunos serían dos amigos, otros quizá marido y mujer, puede que alguno hubiese ido a escuchar a Jesús con su hijo y se viese ahora metido en ese lío, y seguro que hubo algunos que se conocieron en ese momento. Parejas de dos, hasta setenta y pico, ahora todos dentro de esa relación decidida por el Señor, que tenía una razón de ser muy concreta y específica: anunciar la venida de Jesús. Es decir: la relación, en función de la misión.
Es indispensable esta página del Evangelio porque Jesús nos muestra la verdad de los afectos, la verdad fundamental de los vínculos, de las relaciones queridas con las personas de nuestra vida. Juntos para la misión. Fijémonos, para poder entenderlo más profundamente, en cómo acaba el Evangelio de la Misa: vuelven todos estos una vez la misión se ha cumplido, felices, y Jesús con ellos, que sigue desvelándoles la verdad del asunto: “No estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”. Es decir: experimentáis la alegría del cielo porque padre e hijo, o porque los esposos, o porque la amistad entre vosotros, la habéis puesto al servicio de la misión, de la razón que yo os daba cuando os envíe; porque habéis vivido por lo mismo que vivo yo.
¿Qué deseamos, qué es lo que esperamos de la relación con el otro? Novios, esposos, entre hermanos o amigos buenos, ¿qué esperamos? Quien se asome en serio y con pobreza de corazón a esta escena del Evangelio, puede hacerse con esta importante luz que permite descubrir lo más verdadero de nuestras relaciones: son un regalo de Dios. Son un don suyo, don con el que nos salva a cada uno porque necesitamos el amor de Dios que nos alcanza a través de los vínculos buenos. Y son un don con el que Él pretende cambiar el mundo. Vuelven contentos, es toda una noticia: contentos porque se han atrevido con lo que Jesús les proponía. Así, el Evangelio nos tiene que ayudar a dar este importante paso interior: el otro nos es para mí, el otro es conmigo. Vemos a tantos -y seguro que tantas veces nosotros mismos- que se adentran en las relaciones como si se tratasen de ciudadelas o fortines afectivos. El corazón del otro no es una pecera donde pescar el afecto que se desea; el corazón del otro es para la misión. Conmigo es una de las palabras preferidas de Jesús: conmigo, para caminar juntos hacia el cielo.
Es única la Iglesia. Admito todas y cada una de las críticas justas que se le hacen. Ojalá nos ayudemos entre todos a hacerla cada vez más verdadera y bonita. Pero es única. En plena revolución cultural hacia abajo, le sigue diciendo al hombre que lo suyo es el cielo. Que o el amor es para el cielo o no es. Dicen que se ha quedado atrás. Pero Jesús es fiel: la vocación del hombre es la relación con el Padre. No hay nada que haga un matrimonio más interesante y vivo, nada que haga que la relación con los hijos sea más auténtica, nada que haga la amistad más buena, que vivir como dice Jesús en el Evangelio de hoy.
Yago Gallo – Vive en El Masnou, Barcelona. Ubicarlo en Facebook.