Miércoles de ceniza. Meditación.

Hoy, miércoles de ceniza, comenzamos la cuaresma. Un tiempo litúrgico fuerte caracterizado por la penitencia y la práctica de la limosna, la oración y el ayuno. Pero, ¿qué sentido tienen los signos externos? ¿Son reflejo de la vivencia interior?

  • «Convertíos (a mí) de todo corazón»

El profeta Joel nos presenta un texto cargado de penitencia: ayuno, llanto, luto… Sin embargo, leído pausadamente, dejando que cada verso cale en nuestro interior, nos llama la atención que el que es voz de Dios nos está diciendo que nos convirtamos y que lo hagamos de corazón, desde dentro. Es decir, nos interpela a que siendo cristianos nos convirtamos al cristianismo. Dicho así es como decirnos que siendo “x” nos convirtamos a “x”. Entendamos el planteamiento pues si ya soy algo no puedo convertirme de nuevo en ese algo que ya soy.
¿De dónde procede el nombre de la religión que profesamos? De Cristo. Entonces, ¿siendo cristiano puedes convertirte a Cristo? Sí, siendo “x” puedo convertirme a “X”. Eso es lo que pretende decirnos el profeta Joel cuando dice que nos rasguemos los corazones y no las vestiduras. Si estamos dispuestos a convertirnos a Cristo de corazón, entonces sí tienen sentido todos los signos externos que hagamos. De otra manera ayunar, llorar o ir cubierto de saco y ceniza sería lo mismo que no hacer nada.

Esta es la primera penitencia que debemos hacer: reconocer nuestro pecado, el alejamiento de Dios. Un distanciamiento de Él que hemos provocado nosotros mismos al no querer escucharlo en el clamor del pueblo, en los signos de los tiempos, en nuestros anhelos… Sólo cuando nos damos cuenta de ese alejamiento es cuando somos capaces de pedir misericordia (el amor que nace del corazón de Dios); pedimos que Dios cree en nosotros un corazón puro renovado desde dentro con espíritu firme y generoso.

Cuando nos convertimos a Cristo, nuestro corazón late sincronizado con el de Dios y sentimos de nuevo la alegría de la salvación.

  • «Dejaos reconciliar con Dios»

San Pablo nos anima a la misma conversión que pide el profeta y que el salmista ya anuncia que nos devolverá la alegría de la salvación. El apóstol resalta el tiempo de gracia, la hora de salvación. Éstas, gracia y salvación, las podremos experimentar y compartir siempre y cuando previamente nos dejemos reconciliar con Dios.

Al leer que es uno el que tiene que dejarse reconciliar con Dios es cuando nos tendríamos que dar cuenta que la muerte y resurrección de Jesús (“fin” de la cuaresma) no sólo nos ha traído el perdón, sino que también nos “eleva” a Dios. Tenemos el perdón delante de nosotros ya que el Hijo, sin despojarse de su naturaleza divina, se hizo (encarnó) humano y se sometió incluso a la muerte para darnos la salvación. Ahora está en cada uno de nosotros el acogerla y dejarnos reconciliar con Dios. Nosotros fuimos los primeros en ofender a Dios y es Él, en lugar de nosotros, el que nos da el perdón antes de que se lo pidamos sólo para que lo acojamos en nuestro corazón.

  • «Tu Padre que ve en lo escondido te lo recompensará»

El lugar del corazón es un lugar privilegiado. Más que escondido o secreto está en un lugar protegido. Los tesoros son conocidos por todos, pero no vistos por muchos. El corazón sólo es abierto en la intimidad, pero su funcionamiento es sentido y palpado por toda la exterioridad.

El evangelista Mateo ahonda más en la idea de este miércoles de ceniza. Es decir, no en el inicio de prácticas cuaresmales como la limosna, la oración y el ayuno que terminan (si se hacen) en Semana Santa. Mateo da por cotidianas esas prácticas (como deberían ser para nosotros hoy también y no sólo durante algunos días al año) y pretende que esas prácticas judías den el paso cualitativo al cristianismo. Esto es, que vivamos la limosna desde Cristo: ayudando de corazón a los necesitados más próximos; que oremos con Cristo: proclamando las alabanzas de Dios; que ayunemos como Cristo: preparándonos para la gracia y la salvación. No es un dar, decir o hacer para que me vean y me den una palmada en la espalda o digan “¡qué sacrificado es!”. Dios no necesita de lo que nosotros demos, digamos o hagamos. Él nos necesita a nosotros, pues en un corazón limpio habita el Espíritu Santo que lo hace latir al ritmo del Hijo para comunicar a todos el amor del Padre. La recompensa de la conversión.

Hoy la Orden de Predicadores recuerda a su hermano el Beato Fra Angélico. Un dominico que fue bendecido con el don del arte y que en el convento de san Marcos de Florencia (Italia) se conservan muchas de sus obras. Entre ellas está la de Sto. Domingo de Guzmán arrodillado junto a la cruz abrazando las piernas de Cristo muerto (esperando la resurrección). Una pintura que expresa en qué consiste la verdadera conversión del corazón. Les invito a buscarla y tenerla presente durante esta cuaresma.

– ¿Qué sentido tienen para mí los signos externos? ¿Son reflejo de la vivencia interior?
– ¿Es dócil nuestro corazón a la conversión y reconciliación con Dios? ¿Qué lo impide? ¿Qué lo favorece?
– ¿Cómo viviría yo las prácticas cuaresmales de la limosna, la oración y el ayuno si mi corazón latiera al ritmo del de Cristo?

D. Juan Jesús Pérez Marcos O.P.
Fraternidad Laical Dulce Nombre de Jesús de Jaén
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