Mes: abril 2020

Comunidad. Pbr. Ramón Vinke

El Papa Francisco preside un momento extraordinario de oración en el Vaticano, con la Plaza de San Pedro vacía, con una bendición Urbi et Orbi y la indulgencia plenaria para pedir por el fin de la epidemia del coronavirus o COVID19:

«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas.

Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.

En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús.

Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—.

Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).
No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados. Leer más

Comentario Bíblico – Evangelio (Lc 24,13-35): Cuando arde nuestro corazón

III.1. El evangelio (Lucas 24,13-35) es una de las escenas de las apariciones del Resucitado que más han calado en la catequesis de la comunidad cristiana. La polifonía de la narración encierra notas de mucho calado, “tempi” que deben recrearse en una lectura pausada y sosegada para llegar hasta donde nos quiere llevar el autor. Todo esto es lo que constituye la gramática generativa de nuestro relato como obra narrativa; pero no se queda ahí, en pura narración. Bien es verdad que sin narración, sin gramática, no hay mensaje y no puede haber hermenéutica. Pero la narración no está sola, sino que engendra un texto sagrado para la comunidad. Es como si fuera la descripción de una eucaristía en un proceso dinámico: primeramente los peregrinos de Emaús, desconcertados, van escuchando la interpretación de las Escrituras en lo referente al Mesías. Es una catequesis de preparación para lo que viene a continuación. Bien podemos articular esta narración en torno a dos escenas principales introducidas por la misma expresión: (a) Lc 24,15: “Y sucedió mientras conversaban…” (kai egéneto en tô homilein autois…); (b) Lc 24,30: “Y sucedió mientras se sentó a la mesa …” (kai egéneto en tô kataklithenai auton…). Muchos han reconocido que Lucas indica los dos momentos esenciales de la liturgia cristiana: la palabra y el sacramento, escucha de las Escrituras y liturgia eucarística.

III.2. La primera parte es en el camino. Desde la nostalgia solamente no es posible abrirse a la resurrección. No es la nostalgia la forma y manera de adentrarse en el anuncio pascual de que “el crucificado vive”. Esta primera etapa es la narración más impresionante de eso que podemos llamar la etapa de la verificabilidad de la resurrección. En ella ha quedado claro que el sepulcro vacío ha dejado de significar nada, al menos en la obra de Lucas y yo creo que en todo el NT. Pero es Lucas el que nos ha mostrado con esta escena que la “verificabilidad” no puede sostener la grandeza del misterio de la Pascua. Porque es después del intento de la verificabilidad cuando los dos discípulos prácticamente huyen de Jerusalén con el convencimiento de que todo ha terminado Mientras iban de camino, el Resucitado les sale al encuentro sin que puedan reconocerlo. Sabemos que Lucas es un verdadero catequista del camino. Así entiende toda la vida de Jesús, y muy especialmente en su decisión irrevocable de ir a Jerusalén (Lc 9,51-19,24). Y entiende, a su vez, que el discipulado cristiano es un camino que se ha de recorrer con Jesús; no es un discipulado de tipo intelectual: se aprende viviendo. Por eso, ahora también, en este relato de la experiencia de la resurrección, ese misterio es un “itinerario” que hay que recorrer en la lectura de la Escritura. En el caso de la comunidad cristiana debemos interpretarlo del mensaje de la vida de Jesús. Pero Jesús toma su iniciativa: se hace un peregrino, un itinerante con ellos, que vienen de Jerusalén desesperados, porque ni siquiera han tomado en consideración lo que algunas mujeres ya decían.

Leer más

26 de Abril – III Domingo de Pascua

Evangelio según san Lucas (24, 13-35)

El mismo día de la resurrección, iban dos de los discípulos hacia un pueblo llamado Emaús, situado a unos once kilómetros de Jerusalén, y comentaban todo lo que había sucedido.

Mientras conversaban y discutían, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos; pero los ojos de los dos discípulos estaban velados y no lo reconocieron. Él les preguntó: “¿De qué cosas vienen hablando, tan llenos de tristeza?”

Uno de ellos, llamado Cleofás, le respondió: “¿Eres tú el único forastero que no sabe lo que ha sucedido estos días en Jerusalén?” Él les preguntó: “¿Qué cosa?” Ellos le respondieron: “Lo de Jesús el nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo. Cómo los sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él sería el libertador de Israel, y sin embargo, han pasado ya tres días desde que estas cosas sucedieron. Es cierto que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, no encontraron el cuerpo y llegaron contando que se les habían aparecido unos ángeles, que les dijeron que estaba vivo. Algunos de nuestros compañeros fueron al sepulcro y hallaron todo como habían dicho las mujeres, pero a él no lo vieron”.

Entonces Jesús les dijo: “¡Qué insensatos son ustedes y qué duros de corazón para creer todo lo anunciado por los profetas! ¿Acaso no era necesario que el Mesías padeciera todo esto y así entrara en su gloria?” Y comenzando por Moisés y siguiendo con todos los profetas, les explicó todos los pasajes de la Escritura que se referían a él.

Ya cerca del pueblo a donde se dirigían, él hizo como que iba más lejos; pero ellos le insistieron, diciendo: “Quédate con nosotros, porque ya es tarde y pronto va a oscurecer”. Y entró para quedarse con ellos. Cuando estaban a la mesa, tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron, pero él se les desapareció. Y ellos se decían el uno al otro: “¡Con razón nuestro corazón ardía, mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras!”

Se levantaron inmediatamente y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, los cuales les dijeron: “De veras ha resucitado el Señor y se le ha aparecido a Simón”. Entonces ellos contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

Comentario Bíblico – Señor mío y Dios mío

IIIª Lectura (Jn 20,19-31): ¡Señor mío!

III.1.El texto es muy sencillo, tiene 2 partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25 sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de la paz (vv. 19.26). Las apariciones, pues, son un encuentro nuevo de Jesús resucitado que no podemos entender como una vuelta a esta vida. Los signos de las puertas cerradas por miedo a los judíos y cómo Jesús las atraviesa, “dan que pensar”, como dice Ricoeur, en todo un mundo de oposición entre Jesús y los suyos, entre la religión judía y la nueva religión de la vida por parte de Dios.

III.2. El “soplo” sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, “Pentecostés” es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es coherente y determinante.

III.3. La figura de Tomás es solamente una actitud de “antiresurrección”; nos quiere presentar las dificultades a que nuestra fe está expuesta. Tomás, uno de los Doce, debe enfrentarse con el misterio de la resurrección de Jesús desde sus seguridades humanas y desde su soledad, porque no estaba con los discípulos en aquel momento en que Jesús, después de la resurrección, se les hizo presente, para mostrarse como el Viviente. Este es un dato que no es nada secundario a la hora de poder comprender el sentido de lo que se nos quiere poner de manifiesto en esta escena: la fe, vivida desde el personalismo, está expuesta a mayores dificultades. Desde ahí no hay camino alguno para ver que Dios resucita y salva.

III.4. Tomás no se fía de la palabra de sus hermanos; quiere creer desde él mismo, desde sus posibilidades, desde su misma debilidad. En definitiva, se está exponiendo a un camino arduo. Pero Dios no va a fallar ahora tampoco; Jesucristo, el resucitado, va a «mostrarse» (es una forma de hablar que encierra mucha simbología; concretamente podemos hablar de la simbología del “encuentro”) como Tomás quiere, como muchos queremos que Dios se nos muestre. Pero así no se “encontrará” con el Señor. Esa no es forma de “ver” nada, ni entender nada, ni creer nada.

III.5. Tomás, pues, debe comenzar de nuevo: no podrá tocar con sus manos la heridas de las manos del Resucitado, de sus pies y de su costado, porque éste, no es una «imagen», sino la realidad pura de quien tiene la vida verdadera. Y es ante esa experiencia de una vida distinta, pero verdadera, cuando Tomás se siente llamado a creer como sus hermanos, como todos los hombres. Diciendo «Señor mío y Dios mío», es aceptar que la fe deja de ser puro personalismo para ser comunión que se enraíce en la confianza comunitaria, y experimentar que el Dios de Jesús es un Dios de vida y no de muerte.

Fry Miguel de Burgos Nuñez

19 Abril 2020. Domingo de la Divina Misericordia

Evangelio según san Juan (Jn 20,19-31)

Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría.

De nuevo les dijo Jesús: “La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo”. Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar”.

Tomás, uno de los Doce, a quien llamaban el Gemelo, no estaba con ellos cuando vino Jesús, y los otros discípulos le decían: “Hemos visto al Señor”. Pero él les contestó: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y si no meto mi dedo en los agujeros de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré”.

Ocho días después, estaban reunidos los discípulos a puerta cerrada y Tomás estaba con ellos. Jesús se presentó de nuevo en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”. Luego le dijo a Tomás: “Aquí están mis manos; acerca tu dedo. Trae acá tu mano, métela en mi costado y no sigas dudando, sino cree”. Tomás le respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús añadió: “Tú crees porque me has visto; dichosos los que creen sin haber visto”.

Otros muchos signos hizo Jesús en presencia de sus discípulos, pero no están escritos en este libro. Se escribieron éstos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengan vida en su nombre.

In Coena Domini. El Papa a los sacerdotes: déjense lavar los pies

En la noche en el que el más grande se hace pequeño, (cfr. Jn 13, 3-5), el Pontífice improvisa la homilía de la Misa de la Cena del Señor, y da tres palabras claves, Eucaristía, servicio, unción, es decir “la realidad de esta celebración”. Y se dirige a los sacerdotes, a quienes hoy lleva consigo al altar. “Sean grandes perdonadores”, les dice.

Griselda Mutual – Ciudad del Vaticano

El día en que la Iglesia conmemora la Última Cena celebrada por Jesús con sus doce discípulos en «la noche en que iba a ser entregado» (1 Cor 11,23), durante la cual el Maestro instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio cristiano y que marca el inicio del Triduo Pascual, el Papa Francisco celebró la Santa Misa en la Basílica Vaticana. Una Misa inusual, debido a la pandemia en curso, que ve al Sumo Pontífice celebrarla en una basílica semivacía, tras haberla celebrado cinco años en el interior de una cárcel, tras haber lavado los pies de personas privadas de su libertad, de pobres y de refugiados. Este año, esos ritos no están presentes, debido al distanciamiento social pedido por las autoridades para prevenir los contagios. La comunión de la Iglesia es de todos modos latente: en los hogares convertidos en templos domésticos así como en las iglesias y en las comunidades religiosas, gracias también a los medios de comunicación social. 

Eucaristía, servicio, unción

En la noche en el que el más grande se hace pequeño, (cfr. Jn 13, 3-5), el Pontífice improvisa la homilía, y da tres palabras claves al iniciar, a partir de las cuales desarrollará la primera parte de su reflexión: Eucaristía, servicio, unción.

El Señor que quiere permanecer con nosotros en la Eucaristía, y nosotros nos convertimos siempre en sagrarios del Señor: llevamos al Señor con nosotros hasta el punto de que él mismo nos dice que si no comemos su cuerpo y bebemos su sangre, no entraremos en el Reino de los Cielos. Misterio, esto del pan y el vino, del Señor con nosotros, en nosotros, dentro de nosotros.

El servicio: ese gesto que es una condición para entrar en el Reino de los Cielos. Servir, sí, a todos. Pero el Señor, en ese intercambio de palabras que tuvo con Pedro, le hace entender que para entrar en el Reino de los Cielos debemos dejar que el Señor nos sirva, que sea el Siervo de Dios siervo de nosotros. Y esto es difícil de entender. Si no dejo que el Señor sea mi siervo, que el Señor me lave, me haga crecer, me perdone, no entraré en el Reino de los Cielos.

Y el sacerdocio. Hoy quisiera estar cerca de los sacerdotes, de todos los sacerdotes, desde el más reciente ordenado hasta el Papa: todos somos sacerdotes. Obispos, todos… Somos ungidos, ungidos por el Señor; ungidos para hacer la Eucaristía, ungidos para servir.

Leer más

Jueves Santo. Misa verpertina de la cena del Señor

Evangelio según san Juan (Jn 13.1-15)

Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre y habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.

Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: “Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los pies?” Jesús le replicó: “Lo que estoy haciendo tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde”. Pedro le dijo: “Tú no me lavarás los pies jamás”. Jesús le contestó: “Si no te lavo, no tendrás parte conmigo”. Entonces le dijo Simón Pedro: “En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza”. Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos”. Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: ‘No todos están limpios’.

Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también ustedes lo hagan”.