Día: 18 de julio de 2020

Comunidad. XVI Domingo del Tiempo Ordinario

Avanza el mes de julio. La atención de medio mundo está puesta en la pandemia del coronavirus, que en algunos rincones del planeta está en su punto más álgido, y en otros amenaza con peligrosos rebrotes… Lloramos a quienes se fueron o han sufrido la enfermedad y miramos con miedo esa crisis económica de la que avisan, y que repercutirá directamente en muchos hogares, quizás en los nuestros, y seguro que en los de los más débiles. Como siempre…

La realidad, cuando nos asusta, despierta en nosotros lo peor que guardamos dentro. Es como si necesitáramos encontrar culpables, no solo en la esfera pública sino también en nuestro entorno más cercano. El mal humor o el enfado, en ocasiones empujan a la crispación o al odio, tantas veces alentado desde las sombras más oscuras.

Nos rodea el mal, y hay momentos en que lo percibimos de una forma casi evidente: en el misterio de un virus tan pequeño y cruel, en las relaciones sociales tensas e interesadas, en la desesperanza que nos ciega para mirar al futuro. Convivimos con el mal y no sabemos cómo abordarlo.

Nadie, a lo largo de los siglos, ha logrado una explicación convincente sobre su origen: filósofos, teólogos o las distintas ramas del saber humano lo han intentado. Tampoco el Evangelio da una respuesta sobre su procedencia. Pero sí nos da claves para saber convivir con él. La comunidad de Mateo, cincuenta años después de la Pascua, se sorprendía de que el Reino no triunfase sobre el mal y su poder. El libro de la Sabiduría (medio siglo antes) también se hacía preguntas similares… Jesús tiene una respuesta, para entonces y para ahora: deben convivir juntos. Pues aunque el mal tiene efectos evidentes, el Reino de Dios crece desde lo pequeño y sin hacer ruido: esas semillas no se perderán sino que crecerán a su tiempo.

Fr. Javier Garzón Garzón
Convento Santo Tomás de Aquino – ‘El Olivar’ (Madrid)

19 de julio. XVI Domingo del tiempo ordinario

Evangelio según san Mateo (Mt 13,24-43)

En aquel tiempo, Jesús propuso esta parábola a la muchedumbre: “El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero mientras los trabajadores dormían, llegó un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó. Cuando crecieron las plantas y se empezaba a formar la espiga, apareció también la cizaña.

Entonces los trabajadores fueron a decirle al amo: ‘Señor, ¿qué no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, salió esta cizaña?’ El amo les respondió: ‘De seguro lo hizo un enemigo mío’. Ellos le dijeron: ‘¿Quieres que vayamos a arrancarla?’ Pero él les contestó: ‘No. No sea que al arrancar la cizaña, arranquen también el trigo. Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores: Arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla, y luego almacenen el trigo en mi granero’ ”.

Luego les propuso esta otra parábola: “El Reino de los cielos es semejante a la semilla de mostaza que un hombre siembra en un huerto. Ciertamente es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece, llega a ser más grande que las hortalizas y se convierte en un arbusto, de manera que los pájaros vienen y hacen su nido en las ramas”.

Les dijo también otra parábola: “El Reino de los cielos se parece a un poco de levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, y toda la masa acabó por fermentar”.

Jesús decía a la muchedumbre todas estas cosas con parábolas, y sin parábolas nada les decía, para que se cumpliera lo que dijo el profeta: Abriré mi boca y les hablaré con parábolas; anunciaré lo que estaba oculto desde la creación del mundo.

Luego despidió a la multitud y se fue a su casa. Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: “Explícanos la parábola de la cizaña sembrada en el campo”.

Jesús les contestó: “El sembrador de la buena semilla es el Hijo del hombre, el campo es el mundo, la buena semilla son los ciudadanos del Reino, la cizaña son los partidarios del maligno, el enemigo que la siembra es el diablo, el tiempo de la cosecha es el fin del mundo, y los segadores son los ángeles.

Y así como recogen la cizaña y la queman en el fuego, así sucederá al fin del mundo: el Hijo del hombre enviará a sus ángeles para que arranquen de su Reino a todos los que inducen a otros al pecado y a todos los malvados, y los arrojen en el horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre. El que tenga oídos, que oiga’’.