Día: 14 de noviembre de 2015

15 de Noviembre . XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario /B

Evangelio según san Marcos (13, 24-32)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En aquellos días, después de esa gran angustia, el sol se hará tinieblas, la luna no dará su resplandor, las estrellas caerán del cielo, los astros se tambalearán.
Entonces verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes con gran poder y majestad; enviará a los ángeles para reunir a sus elegidos de los cuatro vientos, de horizonte a horizonte.
Aprendan de esta parábola de la higuera: Cuando las ramas se ponen tiernas y brotan las yemas,deducid que el verano está cerca; pues cuando vean ustedes suceder esto, sepan que él está cerca,a la puerta. Les aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán, aunque el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles del cielo ni el Hijo, sólo el Padre.»

El genio del cristianismo.

Davide Perillo.

Web : Huellas.org

Hará falta leerlo, retomarlo, estudiarlo a fondo. Y hará falta trabajar sobre ello aunque solo sea para empezar a darse cuenta de la riqueza que ofrece a la Iglesia. Pero el impacto es tal que ya ahora, en caliente, puede ser de ayuda señalar algunos puntos del histórico discurso que el papa Francisco ha dado en el Congreso de la Conferencia Episcopal Italiana en Florencia. Sin la más mínima pretensión de definir nada, faltaría más. Solo para enfocar mejor lo que ha sucedido en muchos de nosotros al escucharlo. Para darnos más cuenta de por qué, de pronto, lo hemos percibido como un shock benéfico, un golpe que sorprende y al mismo tiempo alegra.

Empecemos por el principio, conmovido (bastaba con mirar al Papa a la cara) y conmovedor. La mirada fija en el Ecce homo de Santa Maria del Fiore. «Solo podemos hablar de humanismo partiendo de la centralidad de Jesús, descubriendo en Él los rasgos del verdadero rostro del hombre. La contemplación del rostro de Jesús muerto y resucitado recompone nuestra humanidad, aun fragmentada por las fatigas de la vida o marcada por el pecado. No debemos domesticar la potencia del rostro de Cristo. Es el misericordiae vultus. Dejémonos mirar por Él, Jesús es nuestro humanismo. Dejémonos inquietar siempre por su pregunta: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?”».

El centro es Cristo. Y con Él, el método de Dios. Totalmente misterioso, imprevisible, porque si miramos a Cristo vemos «el rostro de un Dios “despojado”, un Dios que ha asumido la condición de siervo, humillado y obediente hasta la muerte». Un camino impensable para nosotros. Pero «no veremos nada de su plenitud si no aceptamos que Dios se ha despojado».

Sorprendente. Más aún: sobrecogedor, si no lo damos por descontado. Un Dios que se hace siervo. Una concepción del hombre y de la vida que nacen de esa inversión de categorías tal como las solemos tener nosotros en mente.

Basta tomar en serio estas primeras frases -no considerarlas como premisas obvias- para darse cuenta de que en las palabras del Papa hay mucho más que una invitación a la Iglesia a «distanciarse de la obsesión por el poder», como han subrayado las primerísimas lecturas hechas -con razón- por los periódicos.

En esos rasgos de un humanismo planteado «no en abstracto», sino identificando «los sentimientos de Cristo», en ese triple subrayado de «humildad», «desinterés» y «dicha» (esa alegría del Evangelio que se experimenta «cuando somos pobres de espíritu»), está el corazón de la contribución que la Iglesia puede ofrecer a la sociedad italiana.

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