Día: 15 de febrero de 2020

Año Litúrgico

El año litúrgico está formado por seis estaciones o tiempos:

  • Adviento – las cuatro semanas de preparación al nacimiento de Jesús
  • Navidad – recordar el nacimiento (la Natividad) de nuestro Señor Jesucristo y su manifestación a todos los pueblos de la tierra
  • Cuaresma – un período de seis semanas de penitencia antes de la Pascua
  • Sagrado Triduo Pascual – los tres días más sagrados del año de la Iglesia, en el que el pueblo cristiano recuerda la pasión, muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo
  • Tiempo Pascual – 50 días de celebración gozosa por la resurrección del Señor de entre los muertos y su envío del Espíritu Santo
  • Tiempo Ordinario – dividido en dos secciones (una parte de 4 a 8 semanas después de la Navidad y otra que dura cerca de seis meses después del Tiempo Pascual), durante este tiempo los fieles consideran todas las enseñazas y obras de Jesús con el pueblo

El misterio de Cristo, desarrollado a través del ciclo anual, nos llama a vivir su misterio en nuestras propias vidas. Este llamado se ilustra mejor en las vidas de María y los Santos, celebrados por la Iglesia a través del año. No hay ningún conflicto entre el misterio de Cristo y la celebración de los santos, sino más bien contienen una maravillosa harmonía. La Santísima Virgen María está unida por un vínculo inseparable a la obra salvífica de su Hijo, y las fiestas de los Santos proclaman la maravillosa obra de Cristo en sus siervos y ofrecen a los fieles apropiados ejemplos a imitar. En estas fiestas de los Santos el Misterio Pascual de Jesucristo se proclama y se renueva.

http://www.usccb.org/prayer-and-worship/ano-liturgico/index.cfm

16 de Febrero – VI Domingo Ordinario

Evangelio según san Mateo (Mt 5-17-37)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.
Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio.
Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la “gehenna” del fuego.
Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte enseguida, mientras vas todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. En verdad te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último céntimo. Habéis oído que se dijo:
“No cometerás adulterio”.
Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón.
Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la “gehenna”.
Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la “gehenna”.
Se dijo: “El que se repudie a su mujer, que le dé acta de repudio.” Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer -no hablo de unión ilegítima- la induce a cometer adulterio, y el que se casa con la repudiada comete adulterio.
También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “Cumplirás tus juramentos al Señor”.
Pero yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo cabello. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».