Con Jesús Señor de la Historia. Nº 4 (12 de julio de 2020)

CON JESÚS SEÑOR DE LA HISTORIA – Nº 4 (12 de julio de 2020)

LA CONSAGRACIÓN DE VENEZUELA AL SANTÍSIMO SACRAMENTO

En América Latina, algunas Naciones fueron consagradas al Sagrado Corazón de Jesús: el Ecuador, en 1874; Colombia, en 1902; México, en 1914; el Brasil, en 1931; la Argentina, en 1945; Costa Rica, en 1953… Venezuela fue consagrada al Santísimo Sacramento, en 1899… Por una disposición antigua del Episcopado Venezolano, la Consagración de Venezuela al Santísimo Sacramento, se renueva todos los años, el segundo domingo de julio: este año 2020, el domingo 12 de julio.

En realidad, la Consagración de la República de Venezuela al Santísimo Sacramento fue una variante… porque no cabe duda alguna, que las devociones al Sagrado Corazón de Jesús y al Santísimo Sacramento están relacionadas. El Evangelio según San Juan —la pasión en este Evangelio— relata, que estando Jesucristo crucificado, quisieron comprobar si había muerto… Entonces, “uno de los soldados le abrió el costado de una lanzada y al instante salió sangre y agua” (Jn 19, 34), que representan los sacramentos llamados “mayores” de la Iglesia… el agua, que representa el sacramento del bautismo; la sangre, que representa el Sacramento de la Eucaristía. La Eucaristía es un Sacramento salido del costado de Cristo, salido del Corazón de Cristo… Es decir, que incluso bíblicamente, ambas devociones —al Sagrado Corazón de Jesús y al Santísimo Sacramento— están relacionadas…

En el año 1899 promovió el Pbro. Dr. Juan Bautista Castro los actos de la Consagración de Venezuela al Santísimo Sacramento… Una Junta Nacional, presidida por el Dr. Francisco Izquierdo Martí, propuso “a los Reverendísimos Prelados de la República la Consagración de ésta al Santísimo Sacramento, como parte de las ofrendas que han de hacerse al Divino Salvador para terminar el Siglo presente y empezar el venidero. La piadosa proposición fue aceptada por los dignos Pontífices, y se procedió a organizar la solemnidad”. En Carta Pastoral del 6 de julio de 1899, el Arzobispo anunciaba a los fieles la celebración de los actos: “Todos nos sentimos como envueltos y penetrados por la irradiación de la Divina Hostia y la piedad eucarística se propaga como sagrado incendio que va conmoviendo, unos después de otros, todos los corazones. La vida católica en Venezuela está adquiriendo como una forma y un sello singulares que le viene de la Sagrada Eucaristía de modo que pareciera que algo faltase en toda práctica solemne y pública de Religión cuando no aparece en ella el Dios del Tabernáculo”.

Los actos comenzaron el sábado 1º de julio, al mediodía, cuando la ciudad de Caracas —según relata la crónica del Diario “La Religión”— “se estremeció de júbilo con el repique general de las campanas de sus templos. (…) Desde esa hora todas las ventanas y balcones sacaron a relucir sus banderas, decorándose, además, muchas casas, con cuadros religiosos, imágenes, inscripciones, adornos simbólicos, coronas de flores. Resaltaban entre todas las banderas blancas con franjas rojas, que llevaban grabada una Custodia y esta inscripción: ‘Nuestro refugio está en el Santísimo Sacramento’. (…) Llegó la noche y apareció iluminada toda la ciudad, con las fachadas de los templos y la torre de la Santa Iglesia Me¬tropolitana. Del centro hasta los barrios más apartados se extendía la más variada iluminación, desde la luz humilde del pobre hasta los focos eléctricos que hacían resplandecer el frente de algunas casas e institutos”.

El día propio del homenaje, el domingo 2 de julio, por la mañana, los templos capitalinos “se llenaron con un concurso extraordinario, hombres y mujeres, para recibir la Santa Comunión. Ese espectáculo era sobremanera conmovedor; la distribución del Divino Pan se prolongó en las Iglesias por largas horas, superando estas Comuniones, en mucho, a las del Jueves Santo, que es el día en que se acerca mayor número de fieles a la mesa eucarística. Estas Comuniones fueron como el mello de la solemnidad, la consagración efectiva, íntima, perfecta, de las almas y de los corazones, en el misterioso banquete, (…) A las 9:00 fue la gran fiesta en la Catedral: En ella dejó oír palabra piadosa y elocuente, el Señor Magistral, [Pbro.] Doctor Francisco J. Delgado, mostrando las grandezas de la Divina Eucaristía, y el valor infinito de esta Limosna hecha por la magnificencia de Dios a la pobreza del hombre. La Divina Hostia apareció radiante a la vista del pueblo cristiano en medio de flores y de luces artísticamente dispuestas; una escogida orquesta, dirigida por el hábil Profesor George León, llenaba el sagrado recinto con las armonías religiosas, y el pueblo fiel, en apiñada multitud, asistía reverente al Sacrosanto Sacrificio. A la 1:00 comenzó la Consagración de la ciudad por el orden de sus Parroquias. Los Venerables Párrocos conducían a los fieles y leían con ellos y en nombre de ellos el Acto de la Consagración. La Santa Iglesia Metropolitana resonó durante todo el día con la voz de la súplica y de la alabanza, con hermosas composiciones ejecutadas por la orquesta, con el canto y la plegaria de los sacerdotes y con el regocijo místico que todo esto llevaba al espíritu, y hacía que se exhalara ante el Señor en inmensa gratitud. A las 5:00 de la tarde fue la procesión. Antes de ella, el Ilustrísimo Señor Arzobispo, revestido con los sagrados ornamentos, el Venerable Cabildo Metropolitano, y todo el Clero de la ciudad, se arrodillaron en el presbiterio ante la Sagrada Hostia, y nuestro dignísimo Prelado leyó por sí y en nombre de todos el Acto de la Consagración. En seguida salió la procesión. Se cantó el Te-Deum de acción de gracias, y se dio la bendición, con que quedaron sellados los actos para siempre memorables de tan dichoso día. En la noche, la iluminación fue aún mayor que la precedente, y las calles de la ciudad eran paseadas por numerosas familias, que se gozaban con inocente alegría en las variedades que aquélla ofrecía en todas las avenidas de la capital. El Señor Presidente de la República[, Gral. Ignacio Andrade], consecuente con su fe católica, manifestó sus simpatías por la festividad, haciendo iluminar y adornar la Plaza Bolívar y los balcones de la Casa Amarilla, y disponiendo una retreta la víspera en la misma Plaza”.

Pbro. Ramón Vinke