Día: 31 de octubre de 2012

Cantaremos. Solemnidad de Todos los Santos

Las dos lecturas proclaman que nuestro ser cristiano se define por la fidelidad a nuestra condición de hijos de Dios. Una fidelidad que acepta la paternidad amorosa de Dios y que la explicita día a día, entre incertidumbres y dudas, pero que vive de ella sabiendo que pide esfuerzo. Es esa condición filial la que convierte a los hombres en hermanos y define a una gran multitud que viene de toda nación, raza, pueblo y lengua para aclamar juntos al Cordero inmolado. Una condición reconocida y aceptada de hijos que abarca a todos los que están abiertos a acoger, explícita o implícitamente, el mensaje del Reino.Las bienaventuranzas que se proclaman en el evangelio del día ajustan ese modo de vida. Ellas nos explicitan cómo vivió Jesús. Solo desde esa experiencia suya puede proclamarlas. No son una imposición, tampoco una expresión de buen deseo. Son una constatación de lo que significa vivir según los valores del evangelio y las consecuencias que de ello se siguen. El proceso para llegar a comprender y asumir esas actitudes no es nada fácil ya que parecen ir contra corriente. Desde la educación que recibimos a las pautas que rigen en la sociedad, se nos invita a lo contrario e, incluso, en su ejecución parece subyacer el riesgo de encontrar la oposición y la muerte. Pese a todo, el resultado que Jesús enuncia es claro: la felicidad.

Ante el escepticismo o el desaliento las palabras de Jesús surgen claras: es posible alcanzar la felicidad, pero hay que subvertir valores y seguir sus palabras con fidelidad. Los santos supieron escuchar y poner en práctica sus palabras. Cada uno, a su manera, supo encarnar alguna de estas bienaventuranzas de forma especial. Hoy, desde la experiencia vivida, nos llega su mensaje: fueron auténticos hijos de Dios que, viviendo en fidelidad, atravesaron todas las inclemencias que el mundo opuso a esa fidelidad. Hoy los recordamos como modelos a seguir. Sus nombres tienen poco interés, son muchedumbre. Su vida es constatación de que la gracia sigue operando entre los hombres cuando vivimos abiertos a su fuerza.

La fiesta nos invita a dar gracias a Dios por tantas personas buenas que han sido fieles a Jesucristo y han contribuido con su bondad a hacer un mundo más humano donde se refleja mejor la realidad del Reino. Al mismo tiempo nos invita a revisar nuestra propia vida a la luz de lo que esa muchedumbre de santos proclama, desde el convencimiento de que ser hijos de Dios es un compromiso que encuentra en las bienaventuranzas su mejor expresión.

CANTAREMOS:

  • Entrada: Somos un pueblo que camina………174
  • Ofertorio: Señor del universo ………………..170
  • Comunión: Quédate junto a nosotros……….149
  • Porque anochece ya …………………………136
  • Despedida: Iglesia peregrina………………….108

1º de Noviembre. Solemnidad de todos los Santos.

Evangelio según San Mateo (Mt 5,1-12)

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentio, subió a la montaña, se sentó, y se acercaron sus discípulos; y él se puso a hablar, enseñándoles:
–«Dichosos los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos los sufridos,
porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Dichosos los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz,
porque ellos se llamarán los Hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Dichosos serán ustedes cuando los injurien, los persigan y digan cosas falsas de ustedes por causa mía. Alegrense y salten de contento, porque su premio será grande en los cielos.»

“Sean fríos o calientes, porque a los tibios los arrojaré de mi boca”

Seamos calientes o fríos

Julio César Arreaza B

Con encomiable valentía, autoridad moral y coherencia entre pensamiento y acción, Mons. Ovidio Pérez Morales, un venezolano cabal, al analizar la hora aciaga por la que estamos atravesando, nos sacude el espíritu y llama a sus conciudadanos a estar siempre vigilantes y atentos en la defensa irrenunciable de la Democracia y de los principios fundamentales de la dignidad humana.

El prelado pone de bulto ante nuestros ojos el denominado síndrome Estocolmo- a nuestro juicio estimulado por el régimen- que hoy padece amplias capas de la sociedad venezolana, cuando se amoldan, acomodan y habitúan a la degradación de la propia persona, como efecto de la violencia ejercida de modo persistente y gradual. La víctima llega hasta sentirse cómoda con el victimario y hasta agradecida en momentos en que percibe una disminución de los maltratos. La pasividad va encalleciendo el ánimo y una humillante aceptación se introyecta en el espíritu, cosa que, precisamente, busca el opresor.

Con este criterio orientador Mons. Pérez Morales pone como ejemplos del citado síndrome las inaceptables marginaciones sociales que terminan juzgándose inevitables, el apartheid político que adormece la libertad, al igual que las reiteradas imposiciones ideológicas y culturales que se convierten en perversas anticulturas.

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