Día: 10 de septiembre de 2016

La Alegría de la fiesta por el Perdón es lo que la liturgia vive y celebra este domingo

Vos y yo ¿que alegría tenemos y buscamos?, ¿hemos probado ya la alegría del perdón de Dios y del perdón del hermano y al hermano, en este Año de la Misericordia?

Jesús en el Evangelio habla de la alegría del pastor de 100 ovejas cuando encuentra la oveja extraviada. Nos hace pensar en la alegría de la mujer que encuentra la moneda que perdió.  Y en el mismo capítulo 15 de san Lucas, Jesús nos conmueve con la alegría del padre bueno que recibe con los brazos abiertos al hijo pródigo, que se fue mal de la casa paterna. Intenta explicarte a vos y a mí, la alegría que hay en el cielo por un solo pecador que se convierte.

Son experiencias muy concretas de la realidad humana cotidiana, profunda, afectiva. Vos y yo ¿preferiremos quedarnos al margen como simples espectadores del trabajo, las renuncias y riesgos que otros sí asumen para alcanzar la alegría del perdón con la oportunidad que Dios y el hermano nos ofrecen?, ¿no estará incluso la posibilidad de que profundicemos y aumentemos la alegría espiritual del perdón, si ya lo tenemos?

En su exhortación “la alegría del Evangelio” Francisco nos invita a probar la alegría del Encuentro con Jesús, frente a la tristeza que nos deja buscar y probar solamente el sentirse bien que nos vende el mercado.

San Pablo se nos ofrece como testigo de la alegría del perdón. Confiesa haber sido blasfemo, perseguidor y violento, pero fue “misericordiado” para que se conociera la paciencia y magnanimidad de Jesucristo.

¿Seguiré buscando atajos a la felicidad o me pondré finalmente en camino como el Hijo pródigo?, ¿me dejare encontrar por Jesús como esa oveja pérdida o como la moneda? @jesuitaGuillo

http://es.radiovaticana.va/news/2016/09/10/la_alegr%C3%ADa_de_la_fiesta_por_el_perd%C3%B3n_celebra_la_liturgia_/1257099

11 de Septiembre – XXIV Domingo del Tiempo Ordinario /C

Evangelio según san Lucas (Lc  15, 1-32)

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: “Éste recibe a los pecadores y come con ellos”.
Jesús les dijo entonces esta parábola: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentirse.
¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se arrepiente”.
También les dijo esta parábola: “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte que me toca de la herencia’. Y él les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera.
Se puso entonces a reflexionar y se dijo: ‘¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.
Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’.
Pero el padre les dijo a sus criados: ‘¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.
El hijo mayor estaba en el campo, y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.
Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.
El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ “.